Hoy os voy a hablar de algo que posiblemente a muchos os tenga preocupados: la calidad de la miel.
Personalmente, cuando trabajo con mis colmenas y con mis abejas, aplico un principio básico que es necesario para ser creíble como persona, como protector de la naturaleza y su entorno y como productor de miel: ser COHERENTE, ser CREÍBLE y ser HONRADO (la ética como principio vital).
Me explico: parto del principio que afirma que "debes tratar a los demás como te gustaría que te tratasen a ti". Por tanto, cuido a mis abejas y procuro que la miel que producen sea natural, sin engaños ni añadidos, sin afectación de fitosanitarios y, si es posible, alejada de campos de cultivo que son tratados o más bien maltratados con abonos y otros agentes químicos.
Y no por ello voy a solicitar ni me voy a embarcar en el recorrido administrativo que me lleve a conseguir que declaren mi miel como ecológica. La miel, si es pura y sin engaño, ha de ser ecológica por su propio naturaleza. No necesita que se le ponga ese apellido de ecológica.
Cuando estoy haciendo la compra en el supermercado tengo la curiosidad de acercarme a las estanterías donde están expuestas las "mieles" para el consumo humano. Leo sus etiquetas y se me revuelven las tripas cuando leo textos que hablan de mieles procedentes de la Unión Europea y de otros países. Y me pregunto: ¿Qué quiere decir de otros países? ¿de cuáles?
Es falsa miel que se vende como miel pero que engaña al consumidor, el cual la compra porque el precio es más bajo. ¡Qué pena, compramos basándonos en el precio y no en la calidad!
Como consecuencia de las muchas protestas de los apicultores españoles ante la Administración, se ha conseguido que en las etiquetas de los botes de miel aparezcan indicaciones referentes al lugar de procedencia de la miel, pero no dicen nada a cerca de la cantidad de miel (el porcentaje de miel) que hay en cada bote.
Y corto con mi "rollo" personal. Os adjunto el acuerdo al que se ha llegado entre apicultores (productores), Administración y distribuidores de alimentos (supermercados).
Sacad vuestras propias conclusiones cuando leáis el artículo.
Un abrazo y pasad un buen día.
José Manuel
¿Qué miel vamos a comer?
Las
presiones de los grandes distribuidores de alimentos deben de ser enormes.
Si para avanzar hacia lo que dicta el sentido común se necesitan negociaciones
arduas entre la Administración, los productores y la distribución
es que la relación de fuerzas es bastante desigual.
Me quedo pegado
a la silla al leer sobre la nueva norma de calidad de la miel. No porque
lo adoptado sea alucinante, sino porque desconocía la kafkiana situación
que vivíamos. Por fin, será obligatorio algo que parece básico: un etiquetado que mencione a los países de origen de
cada miel a la venta, que
en muchas de las marcas generalistas es una mezcla de partidas de distintos
países, calidades diversas y exigencias sanitarias diferentes.
La nueva norma española exigirá que en la etiqueta
no aparezcan ya expresiones como «procedente de países de la UE» y
«procedente de países ajenos a la UE», sino que se listen todos y cada
uno de ellos. También, y ahí radica lo bueno, se deberá decir expresamente
si el origen de la miel es cien por cien español.
Unos defienden la nueva norma porque
rebaja la incertidumbre del consumidor, pero para los apicultores
se ha quedado corta: deja
muchos huecos para la picaresca al no obligar a declarar el porcentaje
de miel de cada país. Con
solo llevar un 1 por ciento de miel española, se podría citar a España
en la etiqueta de una miel 99 por ciento china.
Parece que
el Gobierno ha buscado así calmar a los que producen y no enfadar a los
que distribuyen, dejando al consumidor, ese al que todos dicen defender,
nadando entre dos aguas y con una mueca de desconfianza.
Escrito y
firmado por Benjamín Lana (Presidente de la división de Gastronomía del Grupo Vocento), y
aparecido en el suplemento de XL Semanal
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