martes, 6 de agosto de 2019

También llegó carta de mi hijo Alberto. Ahí va.


5 / 08 / 2019

Los días en el campamento han hecho mella y pasan factura en la falta de horas de sueño y te quiero escribir algo de éste y creo que el último campamento con los niños es un bonito día para compartir mi experiencia e intentar hacerte vivir todo lo que me está aportando este viaje.
Nos levantamos a las 5:30 de la mañana para terminar de recoger mis cosas y desayunar con los niños y monitores. A las 7, con todo ya cargado y un par de rifas de ropa y manualidades perdidas, salíamos rumbo a Guayaquil, una 1:30 de viaje en bus o algo así. La carretera era una autovía que parecía una nacional de España, bueno un poco peor. A medida que nos acercamos a los anillos más exteriores de la metrópolis me cuentan que algunas de las casas son parte de un proyecto en el cual una casa prefabricada de cuatro paredes con una puerta y tres ventanas son vendidas por 400$ a cambio de participar en programas de formación y reinserción social además de no poder llevárselas de dónde es el asentamiento inicial.
A parte de eso las primeras imágenes de la ciudad son un contraste de cientos de favelas en que se distinguen en los montículos que forma el relieve contrastado con algún rascacielos y edificios modernos. Nos dirigimos hacia un recinto donde se recoge la fauna representativa del país, unas construcciones de hace algo más de un siglo de los primeros asentamientos de colonos y por último una casa del árbol al lado de un edificio en el que se explica la producción y recolección de café y chocolate.
A la llegada cruzamos la desembocadura del río Guayas con una anchura de 1 kilómetro, creo (sin exagerar). La zona a la que llegamos es de las más ricas de la ciudad, parece una ciudad estadounidense en miniatura. Ya en el parque comenzamos con una visita guiada en la que se puede destacar los papagayos rojos y amarillos que te decían hola y chao moviendo el ala, tapires, caimanes, monos y mapaches. El resto de la visita tampoco aporta mucha novedad acabando en una misa de despedida muy bonita en el mismo parque dada por el padre Pedro.
Tras esto fuimos a comer a la parroquia de Santa Teresita, a tomar el almuerzo (comida) en una sala que nos cedían. Supongo que esta parte la omitiré en el diario que haré después, la iglesia era lo más pijo que he visto hasta el momento, con mármol hasta en los baños y unas instalaciones brutales en una zona del centro de la parte más rica de Guayaquil (al menos tenían el detalle de donar 150$ mensuales al proyecto). Una vez comidos nos dirigimos a la zona turística, El malecón y la catedral. El autobús para en la catedral, muy nueva y con unas vidrieras; al frente de ésta había un parque que en lugar de tener ardillas como en España o lo que sea estaba plagado de iguanas. Después recorremos el Malecón camino al faro que sería la última parada del día. Guayaquil es comparable a Barcelona en cuanto a importancia y en las calles se puede sentir la pobreza en cada esquina. Llegados al inicio de la subida al faro con 444 escalones hay una gran noria con algunas miniatracciones al lado del Guayas.
Ya en lo alto del faro se puede observar toda la ciudad hasta donde te deja distinguir la mirada y la desembocadura del Guayas. Es espectacular y triste a la vez, se puede ver ese contraste de favelas y edificios con piscinas en la azotea. Arriba, María me dice que hay una de las niñas a mi cargo que tiene un problema. Ella es una chica super cariñosa y obediente, esto segundo sucede en casi todos los niños de aquí, sorprendente. Ella había perdido la pasta de dientes y volver sin ella implicaba una paliza por parte de sus padres, lamentablemente. Así que me voy con ella en busca de una pasta de dientes que acaba costando 1.5$, el precio de una paliza. 
El resto del día ya son despedidas del grupo de la casa de Guayaquil que nos ha acompañado en el campamento y Rafa un chico Alemán de 22 años que ha estado de voluntario 3 meses, un tío de 10, sabe conectar con las personas.
Y bueno ese ha sido un poco el día de hoy, algo ajetreado. Aquí te escribo desde el bus en el que vamos a pasar las próximas 18 horas hasta llegar a la casa en Cascales.
Te adjunto algunas fotos.
Un abrazo muy fuerte.
Alberto


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